La soledad del espectador. Capítulo 1
El Santuario de los Fundadores es una base bien protegida y de alta tecnología. Los únicos que podrían compararse con ellos son los Hijos del Amanecer, pero ¿es eso una sorpresa? Dicen que incluso su líder, Riley, hace mucho tiempo que ha dejado de ser humano, ya solo es una biomasa tétrica y melancólica.
Estos Hijos no tienen una Madre propia.
Su ojo azul está en cada rincón de la base de los Fundadores. Indicadores, sensores, se sienten como sus propias neuronas. Al conectarse al Sistema, sintiendo como las finas agujas penetran su columna, se pone de guardia.
Desde una de las cámaras ve a la Hija. La Madre la observa y, al mismo tiempo, lleva un seguimiento de su medicación. Los manipuladores sensoriales se deslizan por los estantes, moviendo las cajas mientras la Hija trata con la juventud que había ocupado un almacén vacío. La Madre está orgullosa de su niña, se ha convertido en una líder.
Uno de los manipuladores se atasca, y Madre tiene que hacer un esfuerzo mental para dejar dos cajas a un lado. Estos medicamentos no se incluirán en el registro general.
Y aquí viene el segundo descendiente, el Hijo. La luz irregular del pequeño laboratorio es refractada por sus vértebras, cubiertas por un traje. La Madre conoce esa mirada. Un apasionado científico que ha perdido el contacto con la realidad. La Hija es especialmente dura con él.
La Madre revisa brevemente el grupo de solicitudes del Hijo y estudia el propósito de su trabajo. “Soporte flexible”, “aumenta la resistencia de las placas blindadas”. Incluso el niño más vulnerable sirve a la guerra.
La Madre está unida a sus hijos, y el apego ciega.
Continuará…