Aurora tenebris. Primera parte
Cada 84 segundos, una gota de agua golpea la superficie del canalón de aluminio . Este sonido periódico no molestaba a ninguno de los presentes - los científicos que estaban reunidos en el invernadero, liderados por Riley, ya habían perdido hace mucho tiempo su sensibilidad a los estímulos humanos ordinarios.
La luz uniforme de las lámparas ultravioletas trató en vano despertar una mínima apariencia de vida en los delgados brotes. Ni el sol real ni la electricidad del área fueron capaces de convertir las semillas en plantas sanas que pudieran dar frutos en estas nuevas condiciones. Ni los experimentos con sales radiactivas, ni los fertilizantes especiales, ni las modificaciones del genoma ayudaron en nada. Los páramos sin vida mataban los brotes una y otra vez, pero era imposible hacer tambalear la determinación de los Hijos del Amanecer.
“Este intento también ha fracasado, compañeros, — dijo uno de los científicos, señalando a los pequeños retoños.
— Seguid con el trabajo. Tarde o temprano, tendremos éxito. — La voz sin forma de Riley, cuyo tono sereno se escuchaba a través de la distorsión del micrófono, inspiraba confianza.
No era necesario más apoyo emocional aquí, y Riley tenía un trabajo pendiente en ingeniería.
El dedo del investigador principal ya estaba en el botón de llamada del ascensor cuando se activó el transmisor en su traje:
— Aristaeus ha cruzado el circuito interno y está llegando a la estación. Ha solicitado que, de forma inmediata, se lleve a cabo una reunión cara a cara a su llegada, — informó el oficial de enlace.
— ¿Está solo?
— Si. ¿Debería enviarlo junto tuya?
— Si.
— Entendido, enviando.
La tradición de llamar a las secciones privadas “cabinas” prosperó, incluso, en los grandes complejos. Esta palabra era las más adecuada — pequeñas habitaciones, que combinaban lugares para dormir, salas de trabajo y almacenes, no eran muy diferentes entre sí y se parecían más a cabinas.
Tras cruzar el umbral de una habitación envuelta en penumbra, Aristaeus saludó a Riley con un profundo asentimiento y se dejó caer en una silla. En los puntos oscuros de los pliegues del desgastado mono se podía encontrar polvo de tierra sin lavar.
— Cuánto tiempo sin verte, Riley — le saludó Aristaeus con voz ronca. Su voz hueca llenó la cabina de forma instantánea y pareció darle vida.
— En efecto, Aristaeus. Tu solicitud de una reunión inmediata es inquietante. ¿Qué ha ocurrido?
Riley no tenía dudas de que algo había sucedido. Aristaeus no habría dejado su puesto sin una razón de peso — el instinto del científico, que lo llevó repetidamente a Wasteland, era casi imposible de ahogar.
— Un fracaso, — dijo Aristaeus de forma sosegada, mientras se quitaba la bolsa de viaje del hombro y sacaba con cuidado una gruesa carpeta impermeable de ella. Se la entregó a Riley, luego se recostó más cómodamente en su silla y suspiró profundamente.
— ¿Qué es esto?
— Todo lo que logré recopilar a lo largo de los dos últimos meses. Indicadores de cambios en el suelo, composición de la precipitación — todo.
Los dedos de Riley, con guantes protectores, se deslizaron a lo largo de la sólida unión.
Algo estaba mal.
— Se suponía que la próxima reunión sería en dos meses. ¿Por qué decidiste venir ahora?
Aristaeus no respondió de inmediato. Por un momento, simplemente permaneció sentado con sus manos entrelazadas fuertemente, y el mono casi idéntico de Riley se reflejó en la superficie del espejo de cristal de su casco.
— Porque… — Aristaeus suspiró y enderezó su espalda, luego cuadró los hombros. — No habrá próxima reunión."
Continuará…