El sol del norte
Martin se despertó empapado en un sudor frío.
Llevaba muchos años sin tener este sueño: un hombre vestido de blanco caminaba a lo largo de un prado florido, entonces se daba la vuelta y miraba fijamente al joven a los ojos. “¡Flanders!” — dijo lo mismo de siempre, y la imagen empezó a evaporarse. Martin se acercó al extraño y trató de tocar su mano, pero él — y Flanders con él — se escabullían de nuevo. Como en la vida real.
Un inquieto golpe en la puerta.
— ¿Hola?...
Se oyó un crujido.
— ¡¿Que ha pasado aquí?! — era la voz de Augustus.
Martin levantó su cabeza para mirar a su viejo amigo, y él retrocedió. Esto hizo que el líder de los knechte recobrará el sentido.
— ¿Martin?...
El joven miró a su alrededor. No reconocía la habitación del viejo motel: los muebles se habían convertido en polvo de madera, las paredes estaban chamuscadas, todo el vidrio estaba roto. Olía a humo.
— Todo está bien. Gracias.
— ¿Qué ha pasado? — el anciano se sentó a su lado.
— Flanders, Augustus. Flanders.
— ¿Dónde?
Martin trató de recordar los detalles del sueño. Todo era como había sido entonces: hierba, animales, agua, el sol en el cenit… el sol bajo. El sol del norte.
— Dirección — Norte-Norte-Este.
Augustus asintió, se levantó y se dirigió a la puerta, pero antes de llegar a ella, se detuvo y se dio la vuelta.
— Estaba esperando esto.
Martin asintió.
El anciano sonrió y se fue. Hubo voces. Martin lo sabía: al amanecer, los Knechte estarían listos para ponerse en marcha.
Los tractores sin apenas vida se arrastraban por los campos secos, plagados de personas deshidratadas y casi sin vida encadenadas con grilletes. Su “maestro”, apodado El Duque, permanecía sentado en un viejo castillo recolectando piezas de repuesto raras, y pasaba su tiempo libre observando la colección, viajando por las tierras de alrededor, acompañado por una comitiva.
Una descarga fue suficiente para El Duque, y la comitiva ni siquiera empezó a luchar: al ver la muerte del líder, desaparecieron tan rápido como pudieron.
— Bueno, al menos hemos conseguido grandes trofeos. Y hemos liberado a la gente.
Martin sacudió la cabeza. Se sentó en el suelo, apoyado en el respaldo de la silla de El Duque, que le había servido de trono al pequeño tirano. Una antigua lámpara de queroseno estaba cerca, tratando de dispersar la oscuridad.
— Esto no es Flanders.
August, gruñendo, se sentó a su lado.
— Martin… ¿alguna vez has pensado que Flanders no es un lugar específico? ¿Qué no es un lugar en absoluto? ¿Qué Flanders es un… propósito?
Martin no respondió. Observó la luz de la lámpara, luego a través de la ventana donde se balanceaban las ramas del fresno muerto. El anciano suspiró suavemente, cerró los ojos y se quedó dormido.
— ¿Augustus?...
— ¿Si?
Al parecer, hacía tiempo que la lámpara se había apagado. Augustus se estremeció por el frío, que tuvo tiempo de llenar la habitación, y se despertó por completo.
— Regresamos al Valle. Tienes razón, hemos conseguido buenos trofeos. Necesitamos suministros, Necesitamos nuevos knechte.
— ¿Y Flanders?...
Martin se puso en pie y pareció sonreír.
— Lo estamos buscando incluso ahora.