Caso especial. Primera parte
Tres veloces vehículos daban vueltas alrededor de Jones como si se tratara de ruidosas moscas. No se detenían ni por un segundo. El Ingeniero pensó que podría solo soltar el volante y quedarse quieto — y los oponentes continuarían levantando el polvo.
— Chicos, ¡ya estoy cansado! Terminemos con esto. Me iré con la maldita caja, ¡y vosotros saldréis de aquí de una pieza! — gritó el Ingeniero por todas las frecuencias de radio.
Los extraños no se molestaron en contestar.
— Como deseéis, — dijo Jones con cansancio, desplegando de mala gana las armas restantes. Uno de los oponentes redujo la velocidad, al sentir la amenaza, pero los otros dos solo se lanzaron ferozmente a la batalla, sin tratar de planear sus acciones.
— Idiotas, — suspiró Jones.
Resultó ser dolorosamente simple tratar con ellos. Jones estaba seguro de que algunos de los pilotos de esos vehículos eran jóvenes. Demasiado arrogantes para ser luchadores experimentados. Uno básicamente se suicidó al permitir que sus orugas cayeran en una grieta, quedándose atascado bajo una lluvia de balas. Otro trató de embestirlo como un loco, perdió rápidamente las placas de armadura, subestimando la fuerza del vehículo de Jones, y explotó con resignación, dispersando piezas de metal a su alrededor. El tercero se dio cuenta de que las cosas estaban yendo mal y simplemente huyó. Jones le estaba agradecido por ello.
Y todo esto por una caja de mineral de uranio.
Cuando el vehículo del asaltante que huyó se desvaneció en la distancia, Jones se deslizó dentro de la cantera y redujo la velocidad para respirar. El agua en su frasco estaba casi caliente.
El disco amarillo se arrastraba hasta su cenit, y Jones, mirando el mapa, se dirigió hacia el lugar de reunión. El escudo medio destruido golpeaba el casco cada vez que el vehículo rebotaba en las rocas. Jones echó pestes y movió el vehículo hacia un lado, donde la carretera era más regular.
— Perdóname, chica. Te golpearon justo después de la reparación, — murmuró el ingeniero, lanzando una mirada casi amorosa al panel de instrumentos. La maldita caja brillaba en el espejo retrovisor, sujeta fuertemente al asiento por un cinturón.
Jones comprendió por qué Duncan concertó una cita lejos de la zona habitada de Wasteland, en la frontera con la zona de las anomalías. En semejante desierto, solo puedes encontrarte con un prodigio de la Orden de la Estrella Caída o un viajero aficionado a los artilugios. A Duncan siempre le encantó los lugares aislados.
A medio camino, cuando el pulido disco solar estaba casi listo para zambullirse más allá del horizonte, la emoción de la batalla desapareció y el ingeniero fue capaz de pensar con claridad. Jones le dio vueltas a los argumentos, eligió palabras, sin saber cómo expresar sus preocupaciones. ¿Debían los Ingenieros tratar con los Hijos del Amanecer? Jones no quería volver a enterrar a sus compañeros por las ambiciones de otras personas.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el chirrido de la radio:
— ¡Jones, soy Foxy! ¿Me escuchas?
La señal era clara — estaba cerca.
— Alto y claro, Foxy. Me estoy acercando. ¿Ha pasado algo? Cambio.
— Solo estaba comprobando si tu trasero todavía estaba de una pieza. Cambio.
— Está tan bien como siempre. querida. ¿Está Duncan contigo? Cambio.
— No, vendrá más tarde. Te estoy esperando. Cambio y corto.
— Cambio y corto, — Jones sonrió, mientras alcanzaba el panel y giraba el vernier en el receptor con un golpe. Quizás los “artilugios” de los Hijos del Amanecer sigan siendo útiles.
Pronto apareció una columna de humo en la distancia, y Jones sonrió.
Continuará...