Para bellum
En la improvisada oficina, que alguna vez fue la trastienda de una planta industrial, un hombre con uniforme militar caminaba apresuradamente de un lado a otro. Un parche con un lobo sonriente en el hombro y un chaleco antibalas de alta calidad lo delataban como el teniente de los “Lobos Esteparios”. El segundo oficial con un parche en el ojo estaba sentado sobre una gran caja de municiones, completamente cubierta de óxido. La espera se alargaba.
— ¿Por qué no te sientas ya? Estás dando vueltas como un loco. — El segundo oficial decidió romper el silencio.
— Ya tuve suficiente de eso mientras redactaba el informe. ¿Has oído lo de la Buscadora? Es difícil describirlo brevemente.
— Sé algo, sí. Apariencia inusual, rumores sobre los Ravagers, un barco terrestre. En resumen, es extraño, — se rascó la nariz. — ¿Qué sentido tiene poner todo un barco sobre ruedas? Podrían haberlo desmantelado y construido algo útil con esas piezas.
— Ni idea. Y esta Ochre parece que va por su cuenta, — el oficial se acercó a la mesa hecha de palés de madera, y ojeó con indiferencia la carpeta que había sobre ella. — Al menos ella es la única que aparece en los informes. Si esto es cierto, entonces no es sorprendente que se haya puesto en contacto con los chicos de los Ingenieros.
El silencio volvió a reinar en la habitación. Un par de minutos más tarde, se escucharon pasos pesados tras la puerta, haciendo eco en los restos del piso de la fábrica. Los oficiales se apresuraron a enderezar las costuras, se alinearon apresuradamente, y la puerta de la habitación se abrió con un crujido.
El Mayor Stahl, líder de los “Lobos Esteparios”, pasó silenciosamente junto a sus subordinados en dirección a la mesa. Un viejo soldado con una prótesis de metal en lugar de brazo derecho y una altura de casi dos metros, inspiraba respeto con solo su apariencia.
Tras llegar a la mesa y sacar algunas imágenes de la carpeta, finalmente ordenó:
— Descansen. Teniente, informe.
Aunque sus dos subordinados eran del mismo rango, siempre sabían a quién se dirigía exactamente el comandante.
— Como ya sabe, hace poco llegó al Valle uno de los Buscadores de la Orden de la Estrella Caída, — empezó el oficial con una venda. — Se hace llamar Ochre y persiste en difundir rumores sobre que los Ravagers están presuntamente controlados por el científico ermitaño Lloyd. No tenemos confirmación de esto, pero últimamente sus acciones se están volviendo más coherentes y consistentes.
El Mayor volvió su mirada hacia el segundo orador y asintió. Este empezó con su parte del informe.
— Scar AB envió algunas imágenes más de prototipos de piezas, cuya producción planea poner en marcha. Sin embargo, tenemos motivos para creer que oculta la mayoría de ellas. Probablemente en venganza por nuestra negativa a asignar más personal.
El Mayor no pudo resistirse a hacer un comentario.
— Scar, ese viejo tonto. Sabe muy bien que no tenemos hombres para vigilar sus caravanas de chatarra. Continúe.
— Sí, señor. También hemos logrado interceptar información confidencial sobre nuevos proyectos de los Nómadas. Piezas del casco con buena aerodinámica, elementos de protección enfocados en el contacto directo con el enemigo, así como una ametralladora con placas protectoras móviles, firmemente fijadas al lugar de la instalación. A juzgar por el nivel de elaboración de los planos, tengo motivos para creer que la producción ya ha comenzado.
Después de terminar el informe, los tenientes esperaron en silencio más instrucciones, mientras el Mayor Stahl se quedó pensativo, estudiando la información. Un minuto después, habló.
— Muy bien, soldados. La situación no es divertida: el Sindicato está operando en el Valle. Ya hemos tenido varios encuentros con ellos. Y ahora estos rumores sobre que las latas se están volviendo más inteligentes. Todos nuestros adversarios potenciales están ansiosos y se preparan para la guerra, incluso esos fanáticos de los Nómadas están aumentando el ritmo de producción. No podemos esperar a que recibamos ayuda del Cuartel General. ¡Y en estas condiciones, Scar AB se permite algún tipo de resentimiento infantil, minando nuestra capacidad de defensa! — prosiguió el Mayor irritado. — Le ordeno que venga a verme personalmente. Asegúrense de que le llegue la información. Es hora de recordarle a este coleccionista dónde está su lugar. Rompan filas.
Ambos oficiales gritaron al unísono: “¡Sí, señor!” — y se dirigieron hacia la salida.
— Una cosa más, — dijo Stahl, deteniendo a sus subordinados. — Averiguad más sobre esa tal Ochre. Quizás haya algo de verdad en sus historias.