El Sindicato. La primera presa (Cuarta parte)
Puedes encontrar la parte anterior de la historia aquí.
– Oye, – exclamó Red Hot, mirando a los vehículos con brillantes luces de neón. – ¿Qué están haciendo esos tipos en nuestra zona?
Los desconocidos casi cogen por sorpresa al capitán: sus maniobrables vehículos blindados se abalanzaron sobre una de las falanges de los Lunáticos cerca de la cantera. Tras disparar contra un par de buggies, disminuyeron la velocidad, como si estuvieran desafiando a Red Hot.
Al escuchar el rugido de los potentes motores, el líder de los Adoradores del Fuego dio la vuelta al tren que se apresuraban a atacar – las audaces tácticas de los desconocidos le recordaron las historias sobre un clan de dragones del este que habían estado circulando por el Valle. Los secuaces de Odegon repetían los rumores sobre los herejes, cubiertos de dispositivos electrónicos de la cabeza a los pies, con diversos grados de especulación. Pero Red Hot tenía la oportunidad de conseguir un trofeo real, y rápidamente se unió a la batalla.
– Habéis venido al lugar equivocado, chicos. - gritó con desdén. – Ahora no podréis escapar. ¡Os daremos una cálida bienvenida!
La vanguardia de los Lunáticos corrió hacia el enemigo en los buggies cubiertos con pinchos y cuchillas. Fueron recibidos por descargas de potentes cañones de pulso y drones escupiendo fuego. La vista de la llama ganando fuerza llevó a Red Hot a la locura, y dejó que la artillería pesada de los Adoradores del Fuego se uniera a la batalla. Durante un tiempo, los “Dragones” zigzaguearon a lo largo del lecho del río seco, disparando sobre la marcha. Pero pronto los motores de los brillantes vehículos blindados rugieron, y los oponentes empezaron a desaparecer rápidamente en medio de danzantes nubes de polvo.
Varios Lunáticos intentaron seguirlos y fue como si hubieran caído en arenas movedizas: los cables de las trampas lanzadas por sus enemigos encadenaron a los buggies, obligándolos a girar en vano.
Red Hot se dio cuenta de que había perdido. Estaba a punto de desquitarse con alguien cuando la radio en su bolsillo cobró vida:
– Jefe, no los atrapamos, – crepitó el altavoz. – Pero lo que encontramos… ¡Tenemos una ciudad andante ante nuestras narices! ¡Nómadas!
Red Hot pensó que aún se podía salvar el día.
Y ordenó a sus perros:
– Cogedlos.
Un hombre con un traje de protección biológica amarillo miraba ansioso hacia una cantera de arena abandonada. Un cráter gigante, medio inundado, se abría sobre el cadáver del desierto con una herida lacerada. El miembro de la organización científica de “Los Hijos del Amanecer” se encontraba separado del abismo por unos cincuenta metros y una línea de camiones que protegían la ciudad móvil de los Nómadas. Se escondió detrás del casco del avión, al cual un artesano desconocido le había colocado un potente chasis de un tractor, y esperaba a que su corazón dejara de latir frenéticamente.
– ¿Has escuchado eso? – preguntó el científico a un compañero. – Justo ahora hubo una especie de esta… O una explosión…
– Sospecho que los Nómadas han derribado a algo… a alguien, – respondió el compañero con el mismo traje voluminoso. – Yo también estoy preocupado. Estamos a las afueras del Valle: da miedo incluso pensar en lo que podría ocurrir aquí… Ya es hora de volver al centro – ¡estamos perdiendo el tiempo de todos modos!
Ambos se quedaron en silencio, escuchando la conversación de los compañeros de alto rango con los sombríos maestros de la plataforma. La conversación con los Nómadas salió mal de inmediato, y durante las últimas horas se había convertido en disputas banales – las partes claramente no se entendían entre sí.
– Por favor, escuchen – la voz de uno de los científicos jefe sonaba indignada. – “Los Hijos del Amanecer”, por supuesto, estamos agradecidos por vuestra repetida ayuda tanto a nivel de información como con materiales. Pero al ocultarnos tales detalles, nos ha negado el concepto de una relación de confianza por completo. Sabemos que Lloyd les ha visitado. Y sabemos lo que quería, por el contenido de los criptogramas encontrados bajo el Punto de apoyo Ravager.
En respuesta, hubo un rugido gutural, como si emergiera de debajo de una máscara. Fue difícil de distinguir las palabras entre esta mezcla de sonidos.
– Los Nómadas no buscan la confianza de nadie. Los Nómadas no informan sobre sus búsquedas. Los Nómadas ya se han negado a ayudar a Lloyd. ¿Por qué cambiarían por el bien de otros científicos?
– Entonces, ¿lo rechazaste? Lloyd pidió un guía para ir al centro de alguna anomalía…
– Eso dijo.
– ¿Y lo mandaste a casa?
– Esa es la verdad.
Visiblemente nervioso, el científico continuó haciendo preguntas:
– Por favor, díganos, el territorio que mencionó… ¿Coincide con nuestra reciente área de interés?
El nómada que participaba en las negociaciones dejó escapar un resoplido aterrador, ya fuera aclarándose la garganta o jadeando bajo una máscara de la que sobresalían tubos de plástico rígido. Aparentemente, significaba una respuesta positiva, y toda la expedición de los “Hijos del Amanecer”, el último bastión de la ciencia en un mundo destruido, rugió con entusiasmo.
– ¡Compañeros, mantengan la calma! – gritó el investigador principal.
– ¿De qué tipo de calma estamos hablando? – objetó uno de los de los trajes amarillos. – ¿No hemos echado de menos a un criminal obsesionado con el poder absoluto?
– Lloyd no solo nos traicionó, – dijo otro. – Encontró otro módulo de Oracle y ahora mismo está haciendo todo lo posible por capturarlo para sus propios fines. Sin importarle lo que les haga a los demás.
– En primer lugar, no se sabe del todo que el módulo esté ubicado exactamente donde suponemos que está, – recordó el jefe de la fuerza expedicionaria en tono persuasivo. – En segundo lugar, el acceso al objeto está bloqueado por una zona anómala, a la que solo pueden entrar los Perdidos o los Nómadas. Como podemos ver, los portadores de las habilidades requeridas no tienen ni razón ni deseo de hacer esto. Lloyd no puede entrar allí solo. Y no tiene las herramientas para eliminar la anomalía…
La corriente de razonamiento fue interrumpida por la sirena, la cual sonaba alto e intensamente.
– Peligro, – murmuró el Nómada, apartando a los científicos.
– ¿Qué ocurre? ¿Estamos bajo ataque?
Ignorando las preguntas, la figura encapuchada se dirigió al otro lado de la “isla”, hacia el fuselaje del antiguo avión con una ametralladora asomando por el techo. Al subir por la escalera, el nómada vio a los Lunáticos corriendo hacia la ciudad en buggies de alta velocidad, y más allá, en el horizonte, un tren de los Adoradores del Fuego en el resplandor anaranjado de la muerte.
A los primeros sonidos de la alarma, los “Hijos del Amanecer” corrieron hacia los vehículos blindados estacionados dentro de la “isla”. Los Nómadas salieron en tropel de las tiendas cubiertas con lona y rápidamente se dispersaron por las posiciones de tiro, reconvertidas de antiguos cañones antiaéreos. El negociador nómada irrumpió en la cabina del avión y rápidamente se dirigió al depósito de municiones. Pero tan pronto tocó el fardo de cartucheras con munición, un barrote de metal frío lo golpeó en la parte posterior de la cabeza.
– Alto. Haz algo estúpido y estás muerto, – ordenó una voz desconocida con un llamativo acento.
El nómada se dio la vuelta lentamente - un tipo fuerte que llevaba una máscara con una sonrisa de dragón se detuvo frente a él. Debía haber estado esperando por una víctima durante mucho tiempo, escondido en el compartimento oscuro donde se guardaban las cajas de municiones.
– ¿Cómo… te… las arreglaste… para atravesar el cordón? – murmuró el nómada, empujando con fuerza las palabras.
– ¿Hablas de un montón de idiotas en el puesto de control? No son un obstáculo para el dragón, – respondió el espía con aire de suficiencia.
Debido a las gruesas gafas de observación, la mirada del nómada parecía impasible, pero miraba al espía de frente, como si tratara de averiguar de dónde venía del campamento, qué podría haber aprendido y a quién habría logrado inform…
El desconocido agarró bruscamente al prisionero por el cuello de su capucha.
– El Sindicato quiere que impartas conocimientos. Y ahora la criatura tendrá que venir conmigo.